Establecimiento de metas y objetivos en el proceso de recuperación de adicciones

El tratamiento de las adicciones implica un proceso complejo que abarca dimensiones biológicas, psicológicas y sociales. Dentro de este camino, el establecimiento de metas y objetivos constituye una herramienta esencial para promover el cambio conductual sostenido, fomentar la motivación y generar una estructura que facilite el avance terapéutico. Sin embargo, es crucial que estas metas sean realistas, específicas y adaptadas al momento vital de cada persona, sobre todo cuando se encuentran en fases iniciales o intermedias del tratamiento.

La función terapéutica de las metas

Desde una perspectiva psicológica, establecer metas proporciona dirección, sentido y estructura en la vida cotidiana. Según la teoría del establecimiento de metas (Locke y Latham, 2002), las metas específicas y desafiantes, pero alcanzables, mejoran significativamente el rendimiento y la persistencia. En el contexto de las adicciones, esto se traduce en una herramienta que permite canalizar la energía psíquica hacia objetivos concretos, reduciendo la impulsividad, la desorganización y el sentimiento de vacío.

Además, el uso de metas forma parte de enfoques terapéuticos consolidados como la Terapia Cognitivo-Conductual (Beck, Wright, Newman y Liese, 1993) y la Entrevista Motivacional (Miller y Rollnick, 2013), donde se fomenta la autoeficacia y la toma de decisiones autónomas.

Características de una meta eficaz en adicciones

No toda meta es útil en el proceso terapéutico. Para que su formulación sea efectiva, debe reunir los siguientes criterios, conocidos por el acrónimo SMART:

  • Específica: debe concretarse claramente qué se quiere lograr.
  • Medible: debe ser posible cuantificar o evaluar el avance.
  • Alcanzable: debe estar dentro de las capacidades actuales de la persona.
  • Relevante: debe tener sentido personal y terapéutico.
  • Temporalizada: debe situarse en un marco temporal claro.

Por ejemplo, una meta como “quiero estar mejor” es vaga e inabarcable, mientras que “quiero asistir a las cinco terapias grupales de esta semana” es clara y evaluable.

Planificación temporal: corto, medio y largo plazo

Dividir las metas en escalas temporales permite estructurar el avance sin caer en la frustración o en expectativas irreales. En personas con trastornos adictivos, esta gradualidad es esencial para evitar recaídas motivadas por la sobreexigencia o la falta de logros inmediatos.

Corto plazo (diario a semanal)

En esta fase, las metas deben ser muy concretas, vinculadas a conductas específicas y orientadas al autocuidado y la adherencia al tratamiento. Ejemplos:

  • Asistir a la sesión individual de terapia esta semana.
  • Dormir al menos 6 horas diarias durante cinco días consecutivos.
  • Registrar los momentos de craving o deseo de consumo en un diario terapéutico.

Estas metas ayudan a construir rutinas, fortalecer la autoeficacia y generar pequeñas experiencias de éxito.

Medio plazo (mensual a trimestral)

Aquí se pueden plantear objetivos relacionados con cambios en el entorno o adquisición de habilidades. Ejemplos:

  • Participar activamente en las terapias grupales durante tres meses.
  • Iniciar una actividad física semanal regular.
  • Establecer límites con personas de mi entorno que favorecen el consumo.

Estos objetivos suponen una consolidación del trabajo terapéutico y preparan el terreno para cambios estructurales.

Largo plazo (más de seis meses)

Los objetivos a largo plazo deben enfocarse en la reconstrucción del proyecto vital. En esta etapa se puede trabajar sobre:

  • Retomar o iniciar una formación académica.
  • Mejorar la relación con familiares significativos.
  • Alcanzar un año de abstinencia sostenida con seguimiento profesional.

Cabe señalar que los objetivos a largo plazo deben ser revisados periódicamente, ya que el proceso de cambio es dinámico y sujeto a variaciones.

El rol del terapeuta y del monitor

El profesional que acompaña debe guiar el proceso de formulación de metas desde una actitud empática, validante y realista. No se trata de imponer objetivos, sino de co-construirlos con la persona, fomentando su implicación activa. También es necesario monitorear el progreso, celebrar los logros y reevaluar las metas cuando sea necesario.

Los terapeutas deben prestar atención a signos de sobreexigencia, autoengaño o metas irreales, ya que pueden funcionar como mecanismos de defensa o indicadores de una etapa aún inmadura del proceso de cambio.

Conclusión

El establecimiento de metas es una herramienta fundamental en el tratamiento de las adicciones, no solo como estructura organizadora del proceso terapéutico, sino también como motor de cambio y empoderamiento. La planificación por etapas (corto, medio y largo plazo) permite avanzar de manera progresiva, evitando la frustración y favoreciendo una recuperación sólida. Para ello, es imprescindible que tanto los pacientes como los profesionales aprendan a formular objetivos realistas, personalizados y coherentes con el momento del proceso en el que se encuentran.

Bibliografía

Beck, A. T., Wright, F. D., Newman, C. F., & Liese, B. S. (1993). Cognitive Therapy of Substance Abuse. Guilford Press.

Locke, E. A., & Latham, G. P. (2002). Building a practically useful theory of goal setting and task motivation. American Psychologist, 57(9), 705–717. https://doi.org/10.1037/0003-066X.57.9.705

Miller, W. R., & Rollnick, S. (2013). Motivational Interviewing: Helping People Change (3rd ed.). Guilford Press.

Prochaska, J. O., & DiClemente, C. C. (1986). Toward a comprehensive model of change. In W. R. Miller & N. Heather (Eds.), Treating Addictive Behaviors (pp. 3-27). Springer.

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