Las fases de la adicción: comprendiendo el proceso para acompañar mejor

Comprender las fases del proceso adictivo es esencial para los familiares de personas con problemas de consumo. La adicción no aparece de forma repentina, sino que se desarrolla gradualmente a través de etapas que podemos identificar. Reconocer estos momentos permite a los seres queridos intervenir con mayor eficacia, brindar apoyo adecuado y disminuir el sentimiento de culpa o impotencia.

Desde un enfoque biopsicosocial, la adicción es un trastorno crónico caracterizado por el consumo compulsivo de sustancias o conductas a pesar de sus consecuencias negativas. Este proceso afecta el cerebro, el comportamiento y las dinámicas relacionales. Por eso, identificar sus fases es clave tanto para la intervención temprana como para el acompañamiento terapéutico (Volkow et al., 2016).

Fase 1: Uso experimental o recreativo

En esta etapa, las personas consumen por curiosidad, presión social o búsqueda de experiencias nuevas. El consumo es esporádico y no representa, en principio, un riesgo grave. Sin embargo, es una fase crítica en la que empiezan a establecerse asociaciones positivas entre la sustancia y estados emocionales agradables.

Los adolescentes y adultos jóvenes son el grupo más vulnerable en esta etapa. La falta de información o una percepción reducida de los riesgos contribuyen a la continuidad del uso (García del Castillo et al., 2019). Aunque el consumo puede parecer controlado, aquí se siembra la semilla de una posible dependencia futura.

Fase 2: Uso habitual

El consumo deja de ser ocasional y se vuelve más frecuente, muchas veces como forma de afrontar el estrés, la ansiedad o el malestar emocional. Esta es una etapa de consolidación del hábito, donde la persona comienza a necesitar la sustancia para sentirse bien o evitar el malestar.

En esta fase suelen aparecer los primeros problemas: bajo rendimiento laboral o académico, conflictos familiares o abandono de actividades significativas. En muchas ocasiones, los familiares empiezan a notar cambios de comportamiento sin entender aún que podrían estar relacionados con una adicción.

Fase 3: Abuso

El uso de la sustancia se mantiene a pesar de los problemas que ocasiona. En este momento ya no se consume solo por placer, sino como una necesidad. La tolerancia aumenta (se necesita más cantidad para lograr el mismo efecto) y comienzan a aparecer signos de deterioro físico, psicológico y social.

Es común que la persona niegue la existencia del problema, minimice los daños o culpe a otros por sus consecuencias. Aquí la implicación de la familia es fundamental, aunque a menudo los vínculos se encuentran dañados. El desconocimiento sobre la adicción puede llevar a respuestas poco eficaces como la sobreprotección, el control excesivo o el distanciamiento.

Fase 4: Dependencia o adicción

En esta fase observamos una pérdida clara del control. El consumo se convierte en una prioridad absoluta, desplazando vínculos afectivos, proyectos personales y responsabilidades. La persona puede experimentar síndrome de abstinencia al cesar el consumo, así como una fuerte compulsión por repetirlo.

Las estructuras cerebrales relacionadas con la recompensa, la toma de decisiones y la autorregulación emocional se ven alteradas (Koob & Volkow, 2016). Por ello, no se trata de “falta de voluntad”, sino de un trastorno que requiere tratamiento psicológico especializado. Además, la participación familiar en el tratamiento puede mejorar significativamente el pronóstico (Orford et al., 2010).

Conclusión

Reconocer las fases de la adicción permite a los familiares entender que este trastorno es un proceso gradual, no una elección repentina o una cuestión de falta de voluntad. Comprender esto puede reducir el estigma, favorecer una actitud empática y propiciar una búsqueda temprana de ayuda.

Acompañar a una persona con adicción implica también una transformación del entorno. Por eso, formarse en aspectos básicos del trastorno adictivo es una herramienta poderosa para reducir el sufrimiento, fomentar la recuperación y restablecer los vínculos familiares.

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Bibliografía

García del Castillo, J. A., López-Sánchez, C., & Díaz-Pachón, J. A. (2019). Prevención del consumo de drogas en adolescentes desde el enfoque de reducción de riesgos. Revista Española de Drogodependencias, 44(1), 30-47.

Koob, G. F., & Volkow, N. D. (2016). Neurobiology of addiction: a neurocircuitry analysis. The Lancet Psychiatry, 3(8), 760–773. https://doi.org/10.1016/S2215-0366(16)00104-8

Orford, J., Velleman, R., Copello, A., Templeton, L., & Ibanga, A. (2010). The experiences of affected family members: A summary of two decades of qualitative research. Drugs: Education, Prevention and Policy, 17(sup1), 44-62. https://doi.org/10.3109/09687637.2010.514192

Volkow, N. D., Koob, G. F., & McLellan, A. T. (2016). Neurobiologic Advances from the Brain Disease Model of Addiction. New England Journal of Medicine, 374(4), 363–371. https://doi.org/10.1056/NEJMra1511480

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